miércoles, 20 de julio de 2011

EL IMPACTO DE LA TELEVISIÓN EN EL PERU

La escuela ya no enseña tanto como antes, los alumnos tienen menos tareas que hacer en casa y el tiempo para su ocio ha aumentado, un ocio que llenan con televisión y ordenador.
La televisión es ahora el pedagogo de los niños. La televisión es parte de su vida y configura una porción importante de sus conocimientos y su sensibilidad. Varios investigadores en comunicación social subrayan que los niños están expuestos a una homogeneización cultural comercial, formando un auditorio cautivo porque no pueden elegir lo que no se ofrece. Todos ven lo mismo, saben lo mismo, sienten lo mismo y por eso psi-eclógicamente son parecidos, lo cual facilita la tarea de la publicidad. Llegan a tener vidas similares.
¿Por qué no protestan airadamente los pedagogistas contra esta influencia masificante y comercial? Una hipótesis es que les podría convenir esa homogeneización emocional y social, aunque no les guste la violencia que proyecta. Quizá también podría servirles la violencia televisiva porque presenta una visión
negativa del mundo fuera del aula, lo que valoriza por contraste ese espacio donde se aprende a ser pacífico e igual.
En Latinoamérica y en otros lugares, las quejas contra la programación infantil no cesan. Las cadenas de televisiones privadas y estatales violan por igual todos los códigos de ética, y la situación se hace dramática cuando advertimos su influencia en los Jóvenes, los futuros ciudadanos.
Hernández Díaz denuncia la falta de coherencia por parte del Estado para encarar estos problemas. Resume las características de la programación en tres palabras: violencia, sexualidad y consumismo. Casi no hay programa en el que no estén presentes la violencia y el sexo. Los pocos que se salvan de la crítica son algunos documentales y ciertos espacios de divulgación científica. Lo más suave sería decir que la programación es anti educativa.
La violencia no sólo está presente en los programas violentos, sino también en los anuncios que se emiten para promocionarlos, que reproducen las escenas más duras. Casi siempre vienen acompañadas de sonorización muy alta y amenazante.
El consumismo está servido cuando se permite fraccionar hasta más de treinta veces una película -«epilépticamente » dice Hernández Díaz- y, además, se suele aumentar el volumen de los mensajes publicitarios para que nadie se libre de ellos. También en éstos abundan elementos de violencia y sexo destinados a captar la atención de un televidente ya abotargado.
La mayoría de los programas son importados sin que sea mejor lo peuano que no pasa de telenovela y telediarios, géneros televisivos también impregnados de violencia y sexualidad e interrumpidos por la publicidad.
A propósito de los programas infantiles, Hernández Díaz tampoco añade nada bueno: mal hechos, banales, llenos de violencia y sexualidad. Hay muchos y distintos tipos de violencia presentes:
Violencia física: puñetazos, patadas, explosiones, disparos.
Violencia verbal: insultos, provocaciones, desprecios.
Violencia psicológica: amenazas, presiones, tortura mental.
Violencia moral: chantajes, fraudes, abusos de poder.
Violencia sexual: acoso sexual, violación, sadismo.
En la programación infantil estudiada por Hernández Díaz predominan la violencia física y la psicológica. Ya que la presencia constante de la violencia se combina con la casi total ausencia de programas educativos o culturales, el autor concluye que es un mito hablar de programación plural. La televisión es mala para los niños porque la programación es mala.
Además, no sólo es mala por la presencia de la violencia, sino porque muchas veces el agresor no es castigado, con lo que el niño puede llegar a pensar que hay que aceptar la violencia y acostumbrarse a ella. Sería deseable que el chico pudiera comentar con alguien lo que ve, pero eso sucede raras veces y
mucho menos entre los niños que más lo necesitan. En la encuesta de Hernández Díaz, la mitad de los chicos afirma que pueden ver cuanta televisión quieran. En muchas casas la vida familiar se organiza alrededor del horario de la televisión, lo cual induce al menor a percibir la televisión como un elemento
que goza de prestigio. El único factor atenuante es que si los menores viven rodeados de apoyo familiar o escolar, la televisión no le daña tanto como lo haría si les faltara ese apoyo.
En todos los países se realizan encuestas sobre el número de horas que los niños ven la televisión en comparación con las horas de escolaridad, y, en general, pasan más tiempo ante el televisor que en el colegio. La influencia de la televisión se acentúa cuando la jornada escolar es de horario reducido y el
niño permanece mucho tiempo encerrado en casa viendo televisión, como sucede si el barrio en que vive también es violento.
Los niños crecerán pensando que el mundo es peligroso. Violento y amenazador y que, además, sólo existe esto. La influencia negativa de la televisión también se percibe en los casos en que los menores se quedan solos en el hogar viendo todo tipo de programas a discreción. La televisión, pues, parece estar «dentro», dentro de la casa, dentro de la familia, dentro de la cabeza del niño.
Entre muchos intelectuales sigue siendo tradición hablar de la libertad de expresión o libertad artística, ambas consideradas como lo contrario de la censura. Por una parte, pueden hablar despectivamente de «telebasura», pero, por otra, no admiten que se introduzcan límites a la «creatividad artística».
Esta «libertad» podría verse desde la perspectiva de los padres más bien como un abuso de la confianza de la sociedad, como una conducta antisocial e irresponsable. ¿Por qué habríamos de aceptar que ciertos  adultos destruyan la convivencia social sólo por ganar dinero? La programación televisiva con frecuencia es denigrante para todos y destruye lo que Popper denominó la sociedad abierta. Una sociedad que no sabe proteger a sus niños y asegurarles una niñez constructiva, no tiene futuro.
Es curioso que los pedagogistas, que se dicen contrarios a la violencia y a favor de la paz y la igualdad, no luchan contra la televisión. Más bien parece interesarles promover una «cultura» infantil o juvenil como alternativa a la Cultura con mayúscula, la que se aprende estudiando, leyendo y esforzándose.
Predican que se debe respetar al niño, pero hay una confusión entre el respeto al niño como persona y el respeto por un gusto inmaduro y además comercialmente inducido por la televisión. En el pasado, la cultura de los niños solía ser la cultura enseñada en la escuela aplicada a las diferentes edades, con cuentos, actividades, canciones, rimas y juegos, todo lo cual pasaba a formar el acervo cultural del niño. Ahora, antes de lanzar un programa, los productores suelen encargar estudios para sondear la reacción de los niños de diferentes edades, al objeto de ofrecerles un producto que sea del agrado de la mayoría. Es decir, se está creando una «cultura» comercial que a la vez responde al gusto de los niños y lo forma.
Desaparece la delicadeza, la variación, la lentitud y la amistad y se impone la estridencia, la actividad sin meta y el gregarismo vacío. Hay quienes hablan de una violación mental de los niños. Los padres raramente han dedicado tiempo a reflexionar sobre todo esto y no suelen entender lo que está pasando. También ellos están siendo manipulados.
Lo irracional no se analiza sino que entra por repetición y seducción. Por eso, dejar a los chicos solos delante del televisor es abandonarlos a lo que caiga desde el punto de vista moral, físico, psíquico y afectivo.
En Francia se ha elaborado un informe sobre la relación entre la violencia, la televisión y la protección al niño. El informe empieza por una definición de la violencia: es una fuerza desreglada que en su deseo de dominación y de destrucción quiere herir la humanidad del ser humano"'. El trabajo demuestra que la televisión puede acostumbrar a los televidentes a la violencia, hacer que desaparezca la inhibición ante ella y que baje la sensación de culpabilidad después de cometerse un acto de agresión. El informe critica que hayan sido invitados a diferentes programas delincuentes, algo inaceptable dada la respetabilidad social que en principio otorga la aparición en televisión.
Señala el informe asimismo un cambio importante en el cine actual y es que ahora abundan los ejemplos de una violencia sin sentido, no castigada y presentada como elemento natural para expresar que se impone la ley del más fuerte.
Otra novedad es que la avalancha de imágenes con contenidos violentos es incesante. Escena tras escena, la agresividad está omnipresente y no pocas veces carece de sentido. El efecto es parecido al del terrorismo porque obliga a convivir con una violencia irracional en medio de la vida cotidiana. Los adultos podrían no haber tomado en serio este cambio dentro del género cinematográfico, potencialmente muy peligroso para las democracias. Si los jóvenes se acostumbran y se convencen de que el mal suele vencer, ¿cómo vamos a transmitir los valores de la democracia? El Estado moderno y democrático ha entregado el uso de la violencia a la policía para que garantice la tranquilidad de todos. Si los ciudadanos no confían en esto, ocurre que estamos volviendo a una situación premoderna.

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